“Para que en las noches españolas no dejen de escucharse los hermosos aullidos del lobo…”
Los que me conocéis por estos pequeños textos que, de vez en cuando, publico en redes, sabéis que me gustan los temas polémicos o, mejor dicho, opinables. No soy dogmático, ni de blancos y negros, siempre grises; y el tema de hoy no será menos. A raíz de la noticia de que el lobo está colonizando nuevos territorios en España: está volviendo a Aragón por ejemplo, hoy reflexionaré un poco sobre el canis lupus signatus. Nuestro hermoso lobo ibérico. En la mitología tenemos lobos buenos como la loba Luperca que amamantó a Rómulo y Remo para que más tarde fundaran Roma o los dioses aulladores como los veían los nativos japoneses. También los hay malos, la mayoría de las veces, como el lobo de Caperucita o el de los tres cerditos o el hombre lobo que se transforma con la luna llena para aterrorizar a los humanos. Y es que no me cabe duda de que en los tiempos en los que el hombre vivía en y del campo, el lobo era un competidor y enemigo feroz. Así que lo fácil es estar contra el lobo y más aún si amenaza nuestra forma de vida.
El lobo en prensa tampoco sale bien parado y es que amenaza los intereses de los humanos, cada vez más extendidos y dispersos por el territorio. Así que el debate entre naturalistas y ganaderos está servido en aquellas regiones loberas por excelencia. Para los unos los otros serán unos asesinos y para los otros los unos serán unos pijos progres urbanitas. Ya tenemos otra vez las dos Españas. Creo que ambos colectivos deberían aprender un poco y me consta que en algunos lugares lo están haciendo.
Yo no soy buenista, ni naturalista cerril. Yo me crié en un pueblo cogiendo renacuajos y disparando a las ranas (eran otros tiempos); volviendo tarde a casa en las calurosas noches de verano viendo luciérnagas en los ribazos y oyendo el silbido claro y corto de los autillos o el fantasmagórico graznido de las lechuzas. Y tocando a los bichos, sintiéndolos, aprendí a amarlos. ¿Acaso no se pegan los hermanos pequeños y luego se aman? (el que mucho riñe…). Con el lobo me pasa igual, no me rasgaré las vestiduras si en algún lugar es necesario su control cinegético, aunque prefiero verlo vivo y es que lobo vivo es lobo protegido. En ningún caso querría que desapareciera. Me gusta pensar que no vivo en un erial, ni siquiera en un cuidado jardín artificial donde nada se puede tocar. Prefiero la vida en un lugar que me conecte, aunque remotamente, a la energía de la tierra. Un lugar amable o agreste. Tapizado del verde de las hayas o cruzado por barranqueras blancas de sal donde el agua corra desbocada por las tormentas del verano. El lobo, los bosques primitivos, los grandes espacios desiertos donde nada se ve más que el fin del mundo, son mis “tomas de tierra”. Las que, como en las casas, hacen que no me fulminen las descargas eléctricas y los cortocircuitos del día a día.
Pero también están los ganaderos. De igual manera su forma de vida es ancestral y está anclada en la noche de los tiempos. El ganadero también siente a su ganado como a sus raíces, amén de su sustento. Y eso también hay que defenderlo, ¡cómo no! Hay que preservarlo como una forma de vida que también está en peligro de extinción.
Llegados a este punto del texto os presentaré a Félix Rodríguez de la Fuente, famosísimo naturalista y divulgador que dedicó su vida a transmitir los valores del cuidado medioambiental en una España que se desperezaba de un tiempo oscuro. En mi opinión uno de los mayores divulgadores que ha dado este país. Conoció al lobo desde bien pequeño, en los fríos páramos de Poza de la Sal, el pueblo burgalés que lo vio nacer y desde entonces se hizo su hermano, aunque su postura en cuanto a su conservación no era para nada radical. Os lo presento porque pienso que el lobo de Félix es mi lobo y mi Félix fue el de todo un país que se reunía por millones en torno al televisor a ver las andanzas del fiero depredador. Félix era un defensor de la naturaleza y de los animales y, a través de ellos, del hombre. Polémico porque, como yo, o yo como él, no era buenista. No era dogmático y con el fin de conseguir su objetivo divulgativo y de conservación hizo cosas que no todos compartían, como “troquelar” animales: domesticarlos. Pero salvó al lobo y a otras especies emblemáticas de su desaparición en España.
Así que yo pienso que cuando este mundo explote, que lo hará, ambas especies nos merecemos llegar hasta ese final. Cuando parta el arca de Noé 2.0 que nos haya de llevar a otro mundo ambos nos miraremos a los ojos y nos reconoceremos como enemigos necesarios. El amigo lobo, el hermano lobo, el odiado lobo. No subiremos la escalera de la mano, no, pero estaremos cerca, en la distancia, como lo hemos hecho siempre.
Como la grandeza de Félix era la elocuencia en la narración acabo con una de sus enseñanzas con respecto al lobo que define muy bien mi postura y que yo suscribo punto por punto:
“No cabe duda, amigos, de que el aullido del lobo es uno de los sonidos más impresionantes que ha producido criatura viviente alguna. Que el lobo viva donde pueda y deba vivir. Para que en las noches españolas no dejen de escucharse los hermosos aullidos del lobo”.
Félix Rodríguez de la Fuente. José María Gomá Alonso para el Ribereño Digital.