Un nuevo día amanece. Desde mi alcoba, de nuevo, enciendo la radio y elijo una emisora al azar. Las noticias siguen causándome honda preocupación y una galopante sensación de indefensión. Galopante en progresión geométrica, a medida que el riesgo de una confrontación a escala mundial aumenta.
Tres son las «alternativas» que la situación creo que ofrece:
1) el bombardeo de algún territorio OTAN y la consiguiente respuesta de la Alianza Atlántica, estallando no ya la tercera guerra mundial, sino la última.
2) El aislamiento de Rusia por el resto del mundo desde una perspectiva económica, haciendo retroceder a Putin y a su equipo de oligarcas, siendo procesados el uno y los otros en la Corte Penal Internacional. y
3) El fin de las hostilidades, la reconstrucción de Ucrania financiada por los multimillonarios rusos y la retransmisión de Vladimir Putin a nivel internacional del reconocimiento de su craso error al causar tantísimas víctimas de ambos lados.
Ante esta tríada, intento reflexionar sobre cuál será la que se produzca, pero no encuentro resultado alguno, pues intento descartar la opción 1 y la 3, y la 2 también se resiste.
Con todo, y para gusto de catastrofistas y entusiastas del apocalipsis, la primera parece presentarse como la más susceptible de acontecer, viendo el cruce de acusaciones que, como colegiales, se están lanzando unos a otros, occidentales a orientales y viceversa.
Por tanto, ante una hecatombe de tamaña dimensión que supondría la primera «alternativa», propongo desde estas líneas una cuarta solución, incruenta y beneficiosa para ambos hemisferios del globo terráqueo: un golpe de estado en el Kremlin sin violencia ni derramamiento de sangre y el ascenso al poder de alguien con principios, de alguien defensor del fomento de la paz y de la prosperidad de todos los pueblos y naciones de este planeta, de alguien capaz de estrechar lazos culturales, económicos y sociales entre americanos del norte y del sur, europeos, rusos, bielorrusos, ucranianos, chinos, africanos y australianos.
Mientras tanto, desde mi alcoba, continuo con mis labores rutinarias y cotidianas, con la firme convicción de que, en nuestros días, todavía no nos ha llegado el momento de trasladar las escenas apocalípticas de la industria cinematográfica, a la realidad.
Lo que ya no deja lugar a dudas es que el orden internacional hasta ahora conocido no va a ser ya el mismo. De nuevo dos bloques, dos posturas, dos idiosincrasias, que poco o nada aportar para la tan perseguida consecución de la paz y la concordia mundiales.
Gracias por leerme.
Por Fernando Navarro Henar