Podemos ver y escuchar como en las tertulias televisivas y radiofónicas, en las redes sociales, incluso en la vida real; todo comienza con los mismos enunciados: “Yo creo…”, “Yo pienso…”, “Yo diría…”
Y la verdad, que para todos es importante lo que creemos, pensamos y decimos. Ahora bien, si queremos que la sociedad y la convivencia funcionen tenemos que poner en valor y tener en consideración lo que los otros creen, piensan y dicen.
Como cargo público, como alcalde de un pueblo, como alguien que está expuesto a las opiniones continuas no solo sobre mi gestión sino también sobre cuestiones de índole personal; las opiniones de la gente me importan y las escucho siempre.
De joven tuve una banda de rock and roll y en aquel entonces éramos de la opinión de “me importa un huevo de pato viudo lo que digan los demás”. Algo, que conforme pasan los años vas refinando e incluso consideras que era soberbia causada por el ímpetu y lo transgresor de la juventud.
Ahora bien, la vida sería insoportable si todo lo que dicen sobre ti te afectase e influyese de manera determinante en las decisiones que uno toma.
¿Cómo nos protegemos de los dardos venenosos camuflados en opiniones legítimas? ¿Cómo podemos encontrar el equilibrio entre tener en cuenta lo que el prójimo cree, piensa y dice sobre ti y a la vez que esto no consiga ser determinante en tu cotidianidad?
Primero, apartando el odio y la inquina en un rincón, impidiendo que su perfume corrompido te embriague y pervierta. Segundo, con el arma más poderosa del universo, con la respuesta a todas las preguntas; con el amor.
Es la única forma para que lo que tú crees, piensas y dices sea igual de válido para ti que lo que el otro cree, piensa y dice.
Los viejos del lugar lo llamarían respeto, en los altos estamentos lo denominarían diplomacia, en el mundo laboral se definiría como acuerdo…
Diferentes nombres para un mismo concepto, el amor.
Por lo tanto, vivamos respetando, convivamos con diplomacia y siempre que haya conflicto intentemos llegar a un acuerdo. Esta y no otra, será la única manera de salvar del abismo cultural a una sociedad polarizada y que ha cambiado a “Dios” por el “Yo”.
Salud y buen verano ribereños/as…
Josi de Pinseque