Me gusta la Navidad. Jornadas de frío, sin muchas obligaciones mas que comprar algún regalo y preparar o acudir a las comidas familiares. Días y noches tranquilas de tele y sobremesa. Pero ayer me pasó algo extraño. Al anochecer, mientras cogía el sueño. O quizás estuviera ya dormido. El caso es que Él vino a verme, se me presentó y me llevó, ¿volando?, a dar una vuelta. Me quería enseñar algunas cosas, dijo. Me habló del pasado, del presente y del futuro y, no sé cómo, me llevó a verlos. No sé, todo está borroso en mi memoria. Os iré contando según vaya recordando.
Recuerdo un templo. No era en el presente, no: esas ropas, esas casas … Un lugar de recogimiento. Entre gritos y malas caras Él se enfrentaba a los usurpadores, así los llamaba. Mercaderes y fariseos que solo se preocupaban de ellos mismos, su dinero y su imagen aprovechándose de los demás. Al salir era a él al que increpaban y tachaban de alborotador y revolucionario. Lo acabaron matando. En otra imagen recuerdo a la gente aniquilándose entre sí, Él ya no estaba, pero lo hacían en su nombre. Son imágenes que vienen y van las que recuerdo a continuación. Creo que no siguen un orden cronológico. Unos se escondían en pasadizos subterráneos, catacumbas, mientras los otros les perseguían sin cuartel. Esos que antes se escondían bajo tierra, más tarde en el tiempo juzgaban y castigaban a los que no se ajustaban a sus normas o simplemente les daban miedo por sus costumbres diferentes, paganas, decían. En otro momento del viaje recuerdo un gran campo de batalla donde cruces y medias lunas chocaban entre sí hasta que todo quedaba en silencio y una bandada de pájaros negros volaba sobre el erial. Finalmente, entre brumas, quizás la visión más estremecedora de todas: fantasmas en pijamas de rayas vagaban entre las ruinas de un campamento quemado mientras unos soldados les decían que todo había pasado y ya no había nada que temer. Ellos, quizás los que mas hayan sufrido en el pasado, volvieron a aparecer en nuestro viaje por el tiempo. Pero habían cambiado. Lo paradójico es que, unos y otros, en distintos momentos de nuestro viaje hacían cosas buenas en favor de los demás que, a la postre, nos permitían evolucionar y avanzar. Tener fe y esperanza. No recuerdo sus caras, no creo que fueran los mismos.
Ya os digo que fue una experiencia extraña. En un momento dado las caras ya me fueron conocidas y reconocibles. Creo que me di cuenta rápidamente de que estábamos en el presente. En mi tiempo. Volvieron a aparecer los mercaderes y los fariseos. Ahora lo hacían todo en nombre de un nuevo Dios, el dinero, y seguían aprovechándose de la gente desde otros lugares: detrás de lujosas mesas, o frente a micrófonos o tecleando en un ordenador o un móvil. Un Dios, ese, en cuyo nombre se miente y se mata. Todo según el interés y el mejor postor. Recuerdo bien la estrella, la de David, la que de perseguida había pasado a perseguidora y en otra de las imágenes borrosas que me vienen a la memoria una gran ciudad llena de maravillas. Allí estaban los tres hijos de Abraham sacándose los ojos en esa Ciudad Santa que ya no lo era. Quién sabe si alguna vez fue Santa esta ciudad de la guerra. Sigue habiendo gente buena en estos tiempos. De los que lavan los pies a los pobres y ofrecen la otra mejilla. A veces los llaman tontos, pero a ellos no les importa.
Volvimos a cruzar la frontera borrosa del tiempo y me encontré frente a tres viejos sabios a los que les pregunté por el futuro. El primero me habló del bien y del mal, de vivir conforme a unos códigos, el segundo nombró algo parecido a YIN y YAN, no recuerdo bien, y al final un viejo indio sentado con sus piernas cruzadas, el rostro ajado y curtido y unos ojos grises como nunca antes yo hubiera visto me contó una historia sobre dos lobos que vivían, según él, en su interior, en el mío también. En el de todos. Me contó que los dos lobos, uno blanco y uno negro se enfrentaban continuamente en el corazón de todos nosotros. El negro era violento, vengativo y estaba lleno de rabia. Quizás actuaba por miedo o falta de compasión, pero era muy fuerte su llamada. El blanco, por su parte, era noble, bueno y compasivo. Se guiaba siempre hacía la verdad y la fe y todo lo hacía con cariño y amor. También su llamada se hacía fuerte en el interior de las personas sobre todo en algunos momentos. Recuerdo que fue con este último sabio con el único que hablé para preguntarle, con mucho respeto, pues sus profundos ojos grises seguían clavados en mí, casi sin parpadear, que lobo pensaba él que iba a ganar la partida en mi interior, en el de todos.
- Ganará el lobo que más alimentes, contestó
Esto es lo que sucedió. Lo he querido dejar por escrito pues creo que, en unos días, al igual que la mayoría de vosotros, ya no recordaré la moraleja.
Feliz Navidad
José María Gomá