Hoy he conocido a Leo, o León, no recuerdo. Es argentino. Hablan bien los argentinos (y ya sé que estoy generalizando). Te envuelven con sus palabras. Son, sus palabras, como hormiguitas que te van subiendo por los pies, haciéndote cosquillas, bajándote la guardia, y cuando te quieres dar cuenta te han hecho desaparecer. Como en aquella película de los años cincuenta en la que salía Charlton Heston : “ruge la marabunta”. El caso es que Leo y yo hemos estado hablando de religión, de nuestros dioses: el mío se llama Lionel y al suyo se le conoce por “el Diego “. Ya murió. Vaya, pues va a ser que hemos estado hablando de fútbol, otra vez. Le digo a León, le voy a llamar León, que “el Diego “, Diego Armando Maradona, perdió mi respeto cuando metió un gol decisivo con la mano. Yo, cuadriculado y legalista, prefiero a Lionel Messi, que siendo también un mago del balón, es más, como decirlo, “modosito”. Y nos enzarzamos en una discusión sobre el yin y el yang del fútbol, del bueno y del malo (el feo era Prosinescki y jugaba en el Real Madrid). Y es entonces cuando León o Leo, no recuerdo, me mira con ojos enrabietados, enfurecidos de incomprensión y me dispara entre ceja y ceja: “¿pero es que vos no sabés lo que el Diego hizo por todos los argentinos boludo? Y, como no lo sé, me lo explica. Me habla de la guerra de las Malvinas, del Maradona revolucionario que se preocupaba de la gente humilde, de esas frases históricas que fue soltando a lo largo de su vida. Me habla, en definitiva del carisma de un hombre que bajó a los infiernos de la mano de las drogas, pero que se ganó un lugar en el Olimpo popular metiendo un gol del todo ilegal, con la mano, la mano de Dios, y con el corazón de todos los argentinos muertos en la guerra de las Malvinas contra el inglés.
El gol:
– 22 de junio de 1986. Mundial de fútbol de Méjico. Estadio Azteca
– Cuartos de final. Argentina contra Inglaterra
– Cuatro años después de que Argentina perdiera la guerra de Las Malvinas contra Inglaterra.
– Resultado final : Argentina 2- Inglaterra 1
Estamos en el minuto 51 y el partido, de momento, está empatado a cero. Maradona se interna en el área, pasa a Valdano que no controla y el balón vuela al interior del área hacia dónde se dirige Diego para saltar frente a un arquero, Peter Shilton, veinte centímetros más alto que él. La jugada es muy rápida y Maradona ayudado descaradamente con la mano mete el primer gol. Gol que sube al marcador. Cuatro minutos después, el punta argentino, el barrilete cósmico, “¿de qué planeta viniste Diego? “, marcó el que ha sido considerado como el mejor gol de la historia para consagrarse como el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos y quizás para redimirse de aquel “tramposo “primer gol. Ganaron el partido y finalmente el mundial haciendo que los argentinos dieran gracias a Dios por Diego
Armando Maradona y por el fútbol. Por el fútbol de potrero (de descampado, de campo de tierra, de pillos).
El rival:
Argentina ganó a Inglaterra, robándole la cartera (como diría Diego) a sus enemigos de la guerra de las Malvinas. Esas islas del Atlántico Sur que antaño fueron españolas y que, ahora, son objeto de disputa por su soberanía entre ingleses y argentinos. Esas islas que fueron la causa de un enfrentamiento avivado por la dictadura militar argentina que, en horas bajas, mandó a sus jóvenes a morir a una guerra decidida por la ley del más fuerte. Ley impuesta por una dama de hierro (Margaret Thatcher) que tampoco se podía permitir que la pusieran en duda, que la vieran flojear. Como un capo de la mafia que mata para que no lo maten. Esas islas donde perdieron la vida 649 soldados argentinos y 255 británicos mientras el líder argentino Galtieri engominaba sus blancos cabellos a orillas del río de la plata o la primera ministra inglesa tomaba tranquilamente el té de las cinco frente al Támesis.
Así que si, el gol fue ilegal, un gol de pillo, les robaron la cartera. Pero el gol también fue un bálsamo, momentáneo y eterno a la vez, para millones de argentinos. Ojalá todas las guerras se dirimieran sobre el verde tapete de un campo de fútbol en una tarde soleada
El “pibe de oro “ya murió. Demasiado pronto. Víctima de sus demonios y sus vicios. Se “partió las piernas “como él decía en su lenguaje canchero. Se marchó definitivamente y se manchó en su vida privada pero, como también él decía, “me manché yo, la pelota nunca se mancha“. Como la vida sigue, ahora el bendito pie izquierdo es el de otro pequeñito argentino, Lionel Messi, el mío, pero hoy creo que ha quedado claro que veníamos a hablar de Maradona. Hoy tocaba hablar de dioses y de hombres, de ídolos con pies de barro, de cómo los vemos, del carisma, del orgullo, de la demagogia de defender algo que, si fuera en nuestra contra atacaríamos, y de la gloria y el consuelo que un simple gol puede dar a millones de personas. De chavales perdidos para siempre en una pequeñas y remotas islas del Atlántico Sur que no pudieron ver el gol con la mano que metieron entre Dios y un hombre. Entre un hombre y Dios. Dioses y hombres. El Diego y Lionel y yo os pregunto: ¿y vos con quién te quedás? José María Gomá Alonso para el Ribereño Digital