¿Quién no ha caído en la tentación de chantajear alguna vez a los pequeños de la casa para que hagan algo que no quieren? Hay dos formas de hacerlo que también nos dan pistas de la naturaleza del “chantajista “y de su edad. Hoy en día nos curamos en salud y procuramos “comprar” a nuestros hijos con antelación para tener la fiesta en paz, pero antes, en la prehistoria quiero decir,lo primero era el deber y después la recompensa. ¿Qué porque digo esto? Ahora lo vais a entender: imaginad al que esto escribe en una pequeña ciudad de provincias bajando una larga avenida que acababa en el mar. Es domingo. Son los años ochenta del siglo pasado. Parece que la esté viendo ahora. Casi puedo oler la brisa salitrosa subiendo por la avenida mientras bajábamos de la mano de nuestros padres. Pero no, no íbamos a la playa. Nos dirigíamos a misa, en familia. Rezongando y con cara de pocos amigos porque, además, me habían vestido con un abrigo de los que se llamaban austriacos que a mi no me gustaba nada. Lo dicho, que primero era la obligación. De la misma forma recuerdo que, después de haber protestado mucho y una vez en casa, mi madre se ponía frente a los dos hermanos con sendos tebeos a su espalda y nos hacía elegir. Ahí tenéis la recompensa. Ya os he dicho que hablaba de la prehistoria: de cuando un tebeo era el premio. No hay iphones en este artículo. Daba igual cual escogiéramos pues íbamos a leer los dos. Éxito garantizado. También recuerdo los tebeos, se trataba de una colección titulada JOYAS LITERARIAS JUVENILES DE LA SERIE VERDE y eran grandes clásicos de novelas de aventuras adaptadas al tebeo. Algo parecido a las novelas gráficas de ahora. Ahí estaban Julio Verne, Emilio Salgari, Mark Twain, Dickens, Stevenson y el que hoy nos ocupa: Alejandro Dumas. Los tres mosqueteros, la vuelta al mundo en 80 días, viaje al centro de la tierra, Miguel Strogoff y hasta doscientos setenta y cinco títulos más. Casualmente, la novela de la que os vengo a hablar hoy no estaba.
Son, estas que os cuento, cosas que hacemos los padres a veces, queriendo o sin querer y que al cabo de los años se recuerdan o dan sus frutos. En este caso, enganchar a la lectura.
Quiero reivindicar pues, y tras casi cuatrocientas palabras ya, los pequeños detalles, a los padres que educan desde la firmeza y el cariño y a las novelas de aventuras.
Y es que hoy en día en literatura está de moda el thriller. Demasiado en mi opinión, aunque a mí también me gusta. Pero ya me cansa un poco la misma fórmula. Se nos presentan tramas cada vez más enrevesadas y mil maneras de matar a cuál más imposible y truculenta. Ya sabéis: un asesinato, mutilaciones varias, alguna pista falsa, el malo que luego es bueno y el bueno que resulta ser el malo, un detective o una pareja para ser igualitarios y a ser posible multirracial y un final insospechado con fuegos de artificio. Por el camino, sangre, casquería, y poca literatura. Así que huyendo de tanta salpicadura sanguinolenta me refugié en una novela de aventuras de más de mil páginas que en su día se presentó por entregas en los periódicos franceses. El Conde de Montecristo de Alexandre Dumas es un ejemplo del más puro folletín clásico.
Por su extensión se trata de una novela cuya lectura, de entrada, puede desanimar, pero está compuesta de muchos capítulos cortos que permiten cogerla y dejarla a placer. El arranque es inmejorable y quizás sea lo que todos conocemos de esta historia: un joven Edmundo Dantés sufre una perversa injusticia que marcará su vida y la de los que están implicados en ella. El castillo de If, la célebre prisión que domina la bahía de Marsella, modelará el carácter de este joven para convertirlo en otro cuando salga de allí.
En el “Conde de Montecristo “tenemos varias novelas y estilos dentro de una sola. Es novela histórica ya que ambienta perfectamente sus localizaciones, a saber, la Marsella, Roma, París y Grecia de principios del siglo XIX y el contrabando en las costas mediterráneas. Obviamente es de aventuras pues, salvo alguna parte mas pausada las peripecias por las que pasan sus personajes no cesan. Es romántica también pues el amor, el desamor, la venganza y el perdón mueven los hilos de cada uno de los protagonistas y los hacen reír y llorar, vivir y matar.
Por otro lado, como con casi todas las grandes obras, invita a indagar sobre su autoría, de donde surge la historia, etc. Y también en ese aspecto se encierra un gran enigma y no menos aventuras. Y es que la novela está basada en una noticia real que Dumas leyó en un periódico. Ya sabéis, a veces la realidad supera la ficción y otras la ficción es un mero adelanto de lo que será la realidad (leer a Julio Verne, por ejemplo). En cuanto al autor, Dumas no estuvo solo en esta y otras novelas como la saga de los tres mosqueteros. Contó con numerosos “negros literarios” que le ayudaban a ambientar y perfilar sus composiciones. Auguste Maquete fue el más famoso de ellos con el que acabó litigando, como no, por la fama y el dinero.
Parafraseando al propio Conde de Montecristo: “hace falta la presión para que explote la pólvora “y yo quiero reivindicar con estas letras aquellos años 80 en los que fruto del aburrimiento de las largas horas del verano, leíamos historias de aventuras o bien cocinábamos a fuego lento las propias. Hoy en día no hay refugio para la imaginación, no hay espacio para el aburrimiento productivo. Gastamos, literalmente, horas pasando pantallas de Instagram o tiktok (hacer scroll se llama esto). No sé cómo despedirme amigos así que lo hará por mi Edmond Dantés: el Conde de Montecristo.
“Es preciso haber querido morir, amigo mío, para saber cuan buena y hermosa es la vida. Vivid, pues, y sed dichosos, hijos queridos de mi corazón, y no olvidéis nunca que hasta el día en que Dios se digne descifrar el porvenir al hombre, toda la sabiduría humana estará resumida en dos palabras: ¡Confiar y esperar! «
José María Gomá Alonso para el Ribereño Digital