Por María Cañete Usón
La disgrafía, según el DSM-IV, es la discrepancia entre la capacidad para escribir y la edad, que interfiere en las actividades de la vida cotidiana que requieren la escritura. No se debería hablar de disgrafía hasta que no se haya completado el periodo de aprendizaje de la escritura, en torno a los 7 años.
Tienen disgrafía los niños que a pesar de tener inteligencia normal, buen ambiente familiar y adecuada escolaridad, tienen dificultades para aprender a escribir, estimándose que la prevalencia sea un 3% de la población.
Existen dos tipos de disgrafía:
- Disgrafía motriz: Consecuencia de trastornos psicomotores (motricidad deficiente). Se manifiesta con lentitud, manejo incorrecto del lápiz, postura inadecuada al escribir y signos gráficos indiferenciados.
- Disgrafía específica: La dificultad no responde a un trastorno motriz sino a la mala percepción de las formas, a la desorientación espacial y temporal, a los trastornos del ritmo, etc. Estos niños pueden presentar rigidez en la escritura, escritura de tamaño irregular, deficiente organización de la página, dificultad en la copia de palabras y errores en la fragmentación de palabras dentro de la frase.
Indicios de una disgrafía:
- Tamaño de la letra: excesivamente grande o pequeña, desproporción entre unas letras y otras
- Forma anómala de las letras
- Inclinación de las letras o del renglón
- Espaciación de las letras o de las palabras: desligadas unas de otras o apiñadas e ilegibles
- Trazo grueso y muy fuerte o demasiado suave
- Enlaces entre letras: falta de unión o uniones indebidas
- Algunas sustituciones u omisiones
Para diagnosticar una disgrafía es necesario evaluar la escritura espontánea, el copiado y el dictado, así como descartar otros posibles trastornos.