Por María Cañete Usón
La dislexia es una incapacidad específica de aprendizaje de origen neurobiológico caracterizada por dificultades en la precisión o fluidez en el reconocimiento de palabras, así como deficiencias en la lectura y escritura y en las capacidades de decodificación. Estas dificultades resultan de un déficit en el componente fonológico del lenguaje.
Este trastorno tiene una implicación muy importante en la vida escolar, y es que en las primeras etapas donde “aprendemos a leer” encontramos dificultades de asociación sonido-letra (decodificación), lectura con numerosos errores, dificultades en secuencias verbales y relativa buena comprensión. Conforme avanzamos etapas y “leemos para aprender”, se presentan numerosas faltas de ortografía, lectura lenta (no automatizada) y esto repercute en la comprensión.

Este es un ejemplo de un texto escrito por un niño de 7 años con dislexia: “Este verano voy a ir a un campeonato de salto de trampolín que se celebra en mi pueblo. También irán mis amigos Bruno y Rocío. ¿Estará el ganador entre nosotros? Pronto se sabrá.”
Lo más importante, al igual que sucede con el resto de problemas de desarrollo, es darse cuenta lo antes posible de esta circunstancia para que se pueda actuar sobre ella. Hoy en día existen unos protocolos de evaluación e intervención que aplicados de forma adecuada logran paliar en mayor medida los déficits producidos por este trastorno. Para ello es necesaria la colaboración de las familias con los profesores y los especialistas.