La expedición del Grupo de Montaña “El Castellar” formada por José Manresa y Rosana Muniesa consiguió el pasado mes de marzo ascender la pirámide de Carstensz (4.884 m.), el pico más alto de Oceanía. De esta forma José Manresa consigue su quinta cima dentro del proyecto de las Siete Cumbres o montañas más altas de cada continente, tras ascender el Elbrus (Europa), el Kilimanjaro (África), el Aconcagua (Sudamérica) y el Denali (Norteamérica).
Aunque es la ascensión más técnica de las Siete Cumbres, la principal dificultad de la pirámide de Carstensz es la logística debido a los problemas políticos de la zona donde se encuentra: “Ha sido un caos todo y ha salido bien de casualidad”, explica José Manresa sobre la expedición. La montaña se encuentra en la parte occidental de la isla de Nueva Guinea, que pertenece a Indonesia, mientras que la parte oriental es el estado de Papua-Nueva Guinea: “Los habitantes de la parte occidental quieren la independencia porque los indonesios siempre los han tratado como ciudadanos de segunda, pero no se la conceden porque tienen la mina de oro más grande del mundo, que se encuentra a la altura del campo base de la pirámide de Carstensz. No te puedes acercar allí porque hay militares y te pueden pegar un tiro”, cuenta Manresa.
Debido a esta inestabilidad política, los problemas de la expedición empezaron antes de salir de España: “Íbamos a ir en noviembre de 2024, pero poco antes de salir nos cancelaron los permisos porque los rebeldes mataron al piloto e incendiaron el helicóptero que nos tenía que llevar al campo base”. Actualmente se llega al campo base en helicóptero pero hasta hace poco el acceso a la pirámide de Carstensz era toda una odisea: “Antes había que ir por la selva y el trekking duraba una semana, pasando la noche en aldeas indígenas donde para pasar exigían un pago, que era cada vez más alto. Incluso en una ocasión secuestraron a gente de una expedición y pidieron un rescate a la embajada”.


A pesar de todos los problemas de la zona, José y Rosana no se echaron atrás: “Teníamos todo pagado y esa fue la excusa para convencernos de seguir adelante”. Finalmente les concedieron el permiso para el mes de marzo, y volaron desde Barcelona hasta Yakarta (Indonesia), con escala en Doha, y desde allí a Timika en la isla de Nueva Guinea. “Al día siguiente de llegar teníamos previsto coger el helicóptero hasta el campo base. Llamamos a la persona que se encargaba de organizar los permisos, el vuelo y la estancia en el campo base, a la que ya habíamos pagado un adelanto, y nos dijo que descansáramos tranquilos que ya hablaríamos, pero al día siguiente tampoco apareció”. Al tercer día les vuelve a dar largas y deciden buscar una alternativa. “Nos ponemos nerviosos porque pasan los días y teníamos el vuelo de regreso la semana siguiente. Afortunadamente en la expedición teníamos un compañero muy experimentado y con muchos contactos que consiguió el teléfono de otra empresa que volaba a la pirámide, aunque tuvimos que poner más dinero”.
Finalmente el sábado 8 de marzo, una semana después de salir de España, vuelan al campo base: “Teníamos previsto esperar un par de días para aclimatar, porque luego la ascensión se realiza en el día, pero debido al retraso tomamos la decisión de partir hacia la cima esa misma noche, a las 2 de la mañana, por si fallamos a la primera tener algún día más”. Al no poder aclimatar, tuvieron que afrontar el ascenso con los síntomas del mal de altura como dolor de cabeza y nauseas, ya que ese día habían pasado del nivel del mar a los 4.200 metros del campo base.
La ascensión es todo escalada. El primer tramo es una chimenea donde continuamente caen piedras de los escaladores que van por delante. Sobre las 6 de la mañana, cuando se hace de día, llegan a una terraza antes de afrontar el último tramo de escalada, y allí los dos guías locales que van con ellos deciden que no se pueden continuar: “Nos dicen que nos bajemos, que viene mal tiempo y que vamos a morir de frío. El problema es que unos días antes a estos guías se les habían muerto dos escaladoras de hipotermia”. Tras hablar con sus compañeros José les dice que el no se baja: “Los guías nos insisten en que no se puede continuar, incluso uno se me pone delante y lo aparto. No me había cruzado el mundo para darme la vuelta cuando desde allí estaba viendo la cima”.
Sin embargo Rosana decide que ella no continúa: “Se le mete en la cabeza que los guías quieren bajar porque ella va lenta, va a retrasar la expedición y nos va a pillar la lluvia”, por lo que finalmente se baja con uno de los guías y el resto siguen hacia la cima.


Cuando llegan al inicio de la cresta el guía les vuelve a insistir en que tienen que darse la vuelta: “Nos dice que vamos a morir todos y que somos unos irresponsables. Aunque hubo un momento de duda, yo les dije que seguía, que no me hacía falta ningún guía. A mí no me gusta ir con guías porque en cuanto pueden quieren volver, pero hay sitios en los que son obligatorios”.
Antes de llegar a la cima tienen que pasar tres brechas. La primera está señalada como una tirolina pero en realidad es un puente mono con tres cuerdas, una para los pies y las otras dos para las manos. Y en las otras dos brechas solo hay cuerdas para las manos, y hay que apoyarse en el filo de la roca y saltar a la pared. “El guía nos dijo que nos quedaban tres horas y en menos de una hora ya estábamos en la cumbre. Luego nos pidió disculpas y nos dijo que por su experiencia un grupo como el nuestro suele tardar una hora por cada brecha, pero que nosotros lo habíamos hecho muy rápido”.
Tras conseguir la quinta cima de las Siete Cumbres, José Manresa no descarta intentar las dos que le quedan: el Macizo Vinson en la Antárdida y el Everest en Asia, a pesar de que son prácticamente inasumibles económicamente: “Me voy a dar dos años porque dos de mis compañeros en esta expedición quieren hacer el año que viene el Denali, que yo ya he subido, y al siguiente el Vinson donde voy a intentar ir con ellos. Por eso voy a tener que empezar a moverme y conseguir financiación. Esta expedición nos ha costado el doble que el Denali. Y la Antártida cuesta seis veces más que esta. Es más cara que el Everest”.
De todas formas el montañero está más que satisfecho con lo conseguido hasta ahora: “He hecho cinco cumbres más de las que pensaba hacer en mi vida. Nunca hubiera pensado que iba a llegar hasta aquí, pero una cosa te lleva a la otra y ya no descarto nada. Supongo que no conseguiré financiación pero lo voy a intentar”.
