Durante el tiempo que transcurre entre el nacimiento de los hijos y su emancipación, es frecuente que los adultos se conviertan en “la generación sándwich”. Aún están cuidando de sus hijos cuando, gracias a la actual longevidad, deben comenzar a cuidar de los padres. Debido a la novedad de este fenómeno (hace unas décadas primero salían los hijos de casa y luego se cuidaba a los padres, por poco tiempo, ya que morían más jóvenes, es decir, las demandas eran secuenciales) existen relativamente pocos estudios que analicen este fenómeno.
La mayor parte de las personas ancianas en sociedades industrializadas y, por tanto, en nuestro país, son autónomas en su vida cotidiana. Cuando requieren atenciones el principal cuidador suele ser otro anciano: la pareja y, en su ausencia un hijo.
Aún hoy, el porcentaje de personas mayores institucionalizadas es muy bajo. Los hijos e hijas adultas ayudan a sus padres mayores aportando:
- Apoyo emocional: salen con ellos, les escuchan cuando tienen problemas o, sencillamente, ganas de hablar y participan en sus relaciones sociales
- Apoyo instrumental: ayudan a los ancianos a hacer la compra, a llevar la economía del hogar, les llevan en coche a un lugar u otro, y en caso de estar impedidos, facilitan la comida, el baño o están pendientes de los medicamentos
- Intermediación entre la sociedad y los ancianos: cumplimentan las solicitudes, buscan centros de día o asociaciones, median en las oficinas bancarias o en los servicios sociales y sanitarios
Según un estudio, el 83% de los cuidadores informales son mujeres de entre 45 y 64 años, en quienes recaen todas estas tareas, y que deben obtener tiempo para realizarlas incluso si están trabajando, a costa de su propio tiempo personal. Estas tareas son realizadas por solidaridad familiar, por reciprocidad o sencillamente por obligación o imperativo social.
Sin embargo, el convertirse en cuidador informal no es un hecho más en la vida de los cuidadores, sobre todo en los casos en que la dependencia permanece durante mucho tiempo. En los casos más extremos influye en la salud física y psíquica del cuidador que debe, incluso, abandonar el trabajo para ejercer esta labor.
En una investigación de Lara, González y Blanco (2008) se encontró que, en una muestra estudiada, el 51% de los cuidadores ancianos padecían insomnio, el 40% estaban clínicamente estresados, el 32% se sentía cansado, el 11% deprimido y el 85% afirmaba que su carácter había cambiado. Sólo el 33% se había podido ir de vacaciones. Y en general se encontraron sentimientos de frustración, soledad, culpa, dolor e incluso ira en adultos cuidadores.
No obstante, a pesar de que el cuidado de la generación anterior supone cansancio, reducción de tiempo y libertad, conflictos en el trabajo y, sobre todo, preocupación por el padre/madre anciano y por el conflicto que puede surgir por creer que los hijos están más desatendidos; el cuidado de la generación previa también reporta satisfacciones y respeto hacia uno mismo por tener la sensación de estar haciendo lo que se debe, o lo que es justo para con la persona mayor. Cuidar a los mayores puede ser una tarea reconfortante y que puede ser catalizadora de cambios positivos en la personalidad de los adultos de mediana edad.
Por María Cañete Usón