Desde el cielo nuestro río se ve muy pequeño. Apenas una delgada lámina resplandeciente que discurre, serpenteando, entre ribetes de color verde que dan paso, muy pronto, demasiado para mi gusto, al ocre de los secanos. Desde el suelo nuestro río se muestra algunas veces inabarcable, implacable cada cierto tiempo. Es del Ebro del que os vengo a hablar hoy, de las reflexiones que me despierta y de cierta historia en la que nos vimos envueltos unos cuantos, bastantes, en su defensa.
En su tramo medio, el nuestro, el río no conoce la línea recta. No tiene prisa por llegar al mar. Se hace el remolón. Apenas hay pendiente y el agua avanza como una culebra. En algunos momentos pareciera que quisiera dar marcha atrás, volver al norte, y sus curvas se cierran tanto que, a veces, se separan del curso principal formando los galachos. Me gusta mucho la frase: “comes más que el canto del río “. Es el resumen de lo anterior.
Que el agua es vida, lo sabemos. Y riqueza. Y por tanto codiciada: ¿de quién es el agua?, preguntarían unos; ¿para qué?, dirán otros. Y yo, que nunca tengo nada claro, pienso que no todos los embalses son malos (aunque los hiciera Francisco, el dictador) ni buenos per se. Me alegré enormemente cuando se rechazó Biscarrués y con la reversión de los terrenos de Jánovas me acordé de la lucha de Emilio y Paca contra la indignidad de los suyos y entre dientes recité los versos de Labordeta dedicados a ese pueblo y a esos luchadores: “quién te cerrará los ojos, tierra cuando estés callada “. Pero, por otro lado, ¿de donde bebería la ciudad de Huesca si no existiera el embalse de Vadiello?
El caso es que hace más de 20 años, el 30 de octubre de 2002 concretamente, un puñado de activistas desembarcamos en Reinosa (Cantabria) con el objetivo de bajar andando todo el curso del río Ebro, que quería ser trasvasado a las costas del sol y del ladrillo, y una vez en el Delta del Ebro (Tarragona) dirigirnos a Valencia a celebrar una gran manifestación reivindicativa. Nos oponíamos rotundamente al trasvase del Ebro que se había planteado y proponíamos la alternativa de una nueva cultura del agua.
El viaje, para el que esto os escribe, resultó ser una aventura iniciática: como si fuera un hobbit en la Tierra Media del señor de los anillos que tuviera que enterrar el anillo de la codicia acuática en los limos de las “Tierras del Ebro”. Allí entre flamencos y arrozales. Allí, en el viaje, descubrí paisajes: uno físico y el humano, no menos importante. En cuanto a lo físico, que el Ebro es el río más caudaloso de España, que tiene 970 Kilómetros de longitud y que atraviesa siete comunidades autónomas, eso ya lo sabía. Lo que no imaginaba siquiera es la variedad de paisajes que desde aquella fría Cantabria de Reinosa y el octubre de 2002 hasta la majestuosidad del ancho caudal que discurre entre arrozales para vaciarse en el Mediterráneo, me iba a encontrar.
Es el Ebro recién nacido una vivaz corriente de aguas verde azuladas, aguas rápidas de montaña que bajan entre hoces y acantilados en los paisajes del Alto Ebro (Hoces del Alto Ebro) y a las que puentes medievales como el de Pesquera de Ebro miran desde lo alto deseándoles un buen viaje hacia el cálido Mare Nostrum. Más abajo, la corriente se encañona entre paredones calizos en Las Conchas de Haro que le dan la bienvenida a La Rioja y será allí donde el río acompañe y guarde al viñedo de hojas anaranjadas que se prepara para su descanso invernal. Ya ha pasado la vendimia y los caldos reposan en las barricas a la espera de que manos expertas les den la finura de esta tierra especial. A partir de aquí el gran río ibérico entra en el curso medio de navarros y aragoneses que supieron aprovechar sus recursos gracias a ingenios de otras gentes, allí donde había agua cerca, y crear un vocabulario propio de los medios ribereños: molinos de agua, norias, acequias y mejanas, ribazos y tajaderas, diques y azudes son fruto de una tierra y de un tiempo de mezcla de culturas y de riqueza allí donde había agua y de escasez y secanos donde no la tenían. Son las tierras de las gentes que: “con el agua cerca, se van del sitio “. Esos que dicen que nos sentamos encima del botijo pero que hemos tenido que emigrar siempre con la tristeza de ver el agua pasar. Y es que: “de los pobres nunca hay un amigo”. Es el Ebro de los galachos y el Ebro de la Guerra Civil, el río que se cruza a pie en verano y el que arrasa con todo en los mayos, cada vez más escasos. El agua que se embalsa en el mayor mar interior de Europa que hizo mover pueblos de sitio y desviar cauces de ríos. Ya en Cataluña, Miravet, una de las fotos más publicadas de la contienda nacional y por fin el Delta. Una de las zonas húmedas más importantes de Europa Occidental y un paraje singular. Kilómetros de limos y sedimentos que, con la fuerza de un río, ahora domesticado, le ganaron terreno al mar para dibujar esa flecha de tierra que se clava en él. Formada con tierras de toda la cuenca: aquí está Reinosa y Haro, y Alfaro y Alagón y Caspe y Mora. El Ebro es un curso de agua y un curso de barros que bajaban desde la Fuentona cántabra y que ahora se quedan en los más de cien embalses que lo amansan y domestican, para bien y para mal, haciendo que el Delta se hunda y se retraiga y se muera. Pero esa es la Cataluña pobre, no es la ciudad condal de los turistas y ya se sabe, que de los pobres nunca hay un amigo. Hay un amigo siempre, de los más ricos. (Labordeta siempre).
Y por último descubrí un paisaje humano diverso también ya que, aquel octubre de 2002, las furgonetas que nos llevaron a Reinosa vomitaron gentes muy distintas : gentes de la montaña que no querían que anegaran sus pueblos y gentes de las cinco villas que querían agua para sus cultivos, y gentes de distintos partidos políticos que querían racionalizar el uso del agua y otros que solo querían mostrar su bandera y catalanes que no querían que su ecosistema y su medio de vida se terminara y gentes como yo que pensábamos que había maneras más sostenibles de solucionar los problemas. Y todo eso a la vez era imposible, pero había un objetivo común a corto plazo y se trataba de evitar lo que iba a ser malo para todos e incluso para las generaciones futuras. Y gracias a la ley y a algunas personas singulares (ver Pedro Arrojo entre otros) esto se consiguió. Gente que une y no separa. Gente que no rebla. Y una cosa os digo, ribereños, que tengáis preparadas las botas por si algún día nos tenemos que ver nuevamente andando los caminos del Ebro.
José María Goma para el Ribereño Digital.