“Sara era una chica de 31 años que vino a consulta por un miedo extremo a todo aquello que estuviese relacionado con médicos y hospitales. En concreto tenía miedo a cualquier tipo de inyecciones, sangre relacionada con intervenciones médicas, instrumentos médicos invasores, curas, suturas, intervenciones quirúrgicas, personal sanitario y olor a hospital. La sangre y las inyecciones le daban también asco. Sara no era capaz de identificar muy claramente a qué le tenía miedo, aunque temía poder desmayarse y la vergüenza que ello supondría. Sin embargo, a pesar de informar que se había desmayado unas 20 veces en contextos médicos, un interrogatorio cuidadoso puso de manifiesto que un desmayo con pérdida de conocimiento sólo había ocurrido una vez.
Sara evitaba prácticamente al 100% los estímulos temidos. Si se encontraba inesperadamente en una situación temida o no había podido evitarla, experimentaba mareo, inestabilidad, náuseas, sensación de desmayo, palpitaciones, temblores, sudoración y entumecimiento de los dedos. La respuesta típica era escapar; tan sólo podía permanecer en la situación si era una urgencia, si estaba absolutamente segura e informada de lo que le iban a hacer y si sabía que la visita no incluiría nada de lo que le daba más miedo. En estos casos, intentaba tranquilizarse poniendo la cabeza entre las piernas, haciendo respiraciones profundas, diciéndose cosas tranquilizadoras, intentando distraerse y saliendo un rato fuera para respirar aire fresco. Si se le denegaba el escape, podían darse situaciones extremas, llegando en una ocasión a agredir a un médico.
Los miedos de Sara interferían de un modo notable en su vida, ya que evitaba ir al dentista a pesar de sufrir fuertes dolores dentales durante la noche, deseaba quedarse embarazada, pero no quería por no atreverse a ir al ginecólogo, no podía tratarse un problema dermatológico importante por no atreverse a hacer un análisis de sangre, y se sentía mal por no ser capaz de ir a visitar o acompañar a alguien a un hospital o a un médico.”
El caso de Sara, presentado por los autores Bados y Coronas en 2005, es un ejemplo de un tipo de fobia específica, aquella que se da ante la sangre, inyecciones y procedimientos médicos.
¿Qué son las fobias específicas?
En las fobias específicas, según el DSM-IV-TR, se da un miedo intenso y persistente que es excesivo o irracional y es desencadenado por la presencia o anticipación de objetos o situaciones específicos. Las situaciones fóbicas son evitadas o se soportan con ansiedad o malestar intensos. Si la evitación no es posible, aparecen conductas de búsqueda de seguridad o conductas defensivas, las cuales persiguen prevenir o minimizar las supuestas amenazas y la ansiedad.
Las reacciones a estímulos fóbicos pueden ser de miedo o de asco o repugnancia. En el caso de la emoción de miedo, está asociada a una activación del sistema nervioso simpático y conlleva taquicardia, palpitaciones, aumento de la presión sanguínea, sudoración, malestar estomacal o intestinal. En contrate, la emoción de asco está asociada a activación parasimpática, con desaceleración cardiovascular, disminución de la temperatura de la piel, boca seca, naúseas, dolor o malestar en el estómago e incluso mareo.
La edad de inicio está en torno a los 10 años de media, siendo más tardías en comenzar las fobias a las alturas, espacios cerrados y a conducir. En los adultos, el trastorno tiende a ser crónico, a no ser que se reciba tratamiento; la remisión espontánea en la adultez se calcula en torno al 20%.
¿Cómo se mantienen las fobias?
La anticipación de las situaciones fóbicas da lugar a expectativas de miedo/pánico o asco y de peligro (accidente, mordedura, ahogarse, caerse, desmayarse, contaminarse, perder el control, hacer el ridículo) asociado a dichas emociones y/o con la situación fóbica.
Las expectativas elevadas de miedo/pánico/asco y peligro, junto con la percepción de carencia de recursos para afrontar la emoción y el estímulo fóbico, facilitan la evitación de las situaciones temidas. La conducta de evitación es reforzada negativamente, ya que previene el aumento de la ansiedad, y según la percepción del paciente, impide la ocurrencia de consecuencias aversivas. Ahora bien, la evitación contribuye a mantener las expectativas de peligro, ya que no permite comprobar hasta qué punto las expectativas de amenaza son realistas o no, e impide realizar determinadas actividades deseadas.
Por otra parte, la fobia puede ser también reforzada positivamente por parte de otras personas (ayuda para prevenir las situaciones temidas, atención, cuidados, satisfacción de la necesidad de dependencia) y esto contribuir al mantenimiento de la misma.
El encuentro con la situación temida incrementa las expectativas de peligro/miedo/asco, la activación autónoma y las interpretaciones de peligro, con lo que se produce un aumento del miedo/asco. Esto facilita la aparición de conductas defensivas dentro de la situación (agarrar fuertemente el volante al conducir, no mirar hacia abajo en sitios altos, ir acompañado de una persona de confianza, usar medicación ansiolítica, distraerse y escapar). Las conductas defensivas producen un alivio temporal del miedo, pero contribuyen a mantener la fobia.
Por María Cañete Usón