Los esquemas (“teorías de andar por casa sobre cómo funciona el mundo”) que tenemos sobre otras personas nos hacen generar una expectativas concretas sobre cómo son o cómo se comportan esas personas. A su vez, esas expectativas nos hacen comportarnos con ellas de una manera determinada, con lo que las influimos para que se ajusten a lo que esperamos de ellas o les impedimos que actúen de otra forma, provocando así que la expectativa se cumpla y el esquema se mantenga.
Este fenómeno, también conocido como “Efecto Pigmalión”, puede tener implicaciones en muchos ámbitos, pero es en el terreno educativo donde se mostró de forma clara:
En los años 60, Rosenthal y Jacobson realizaron un famoso experimento en un colegio de San Francisco que puso en evidencia hasta qué punto las expectativas de los profesores con respecto a sus alumnos tienden a cumplirse.
Estos investigadores administraron un test de inteligencia a los alumnos de infantil y primaria, aunque dijeron a los profesores que la finalidad del test era identificar a aquellos niños que pudieran tener un progreso intelectual repentino y brusco durante el curso que empezaba. Después informaron a los profesores sobre qué niños habían obtenido mayores puntuaciones en el test, aunque en realidad esos niños (un 20%) habían sido seleccionados de manera aleatoria.
El objetivo era que los profesores se construyeran unas expectativas sobre este 20% de alumnos a partir de una información que no era real, y comprobar si esta nueva forma de ver a los niños influía en su comportamiento hacia ellos.
Cuando un año más tarde se repitieron las pruebas a todos los alumnos, se comprobó que el grupo calificado como más “prometedor” había mejorado realmente su puntuación más que los demás, y la mejoría se mantenía dos años después. Es decir, aunque la diferencia entre los niños prometedores y el resto en un principio sólo existía en la mente de los profesores, con el tiempo esas diferencias se hicieron reales.
Expliquemos lo que ocurrió: Los profesores, inducidos por la manipulación experimental de los investigadores, generaron unas expectativas falsas acerca de la capacidad de aprendizaje y progreso de los alumnos supuestamente “prometedores” y los trataban de forma distinta de acuerdo con dichas expectativas, dedicándoles más atención y estimulándolos más que al resto. Estos alumnos, al ser tratados de un modo distinto, respondían a su vez de manera diferente, mejorando su rendimiento académico.
Estos experimentos fueron duramente criticados, sobre todo desde el ámbito educativo, pero lo cierto es que dieron lugar a una gran cantidad de investigación que ha puesto en evidencia que las profecías autocumplidas realmente existen, y que, aunque lo usual es que la realidad social influya en nuestras creencias, en ocasiones nuestras creencias también influyen en la realidad social y la modifican.
Por María Cañete Usón