Por María Cañete Usón
La Nochevieja, el último día del año, es mucho más que una fecha marcada en el calendario para celebrar o hacer una fiesta. Psicológicamente, este momento tiene un significado profundo, ya que nos invita a cerrar un ciclo, reflexionar sobre lo vivido y, al mismo tiempo, proyectarnos hacia el futuro.
Reflexionar sobre el año que termina nos permite integrar lo vivido, reconocer nuestros logros y aprender de nuestras dificultades. Nos enfrentamos al pasado con la oportunidad de sanar, valorar y dejar atrás lo que ya no nos sirve, creando espacio para lo nuevo. Sin embargo, esta reflexión puede ser agridulce ya que el año que se va puede traer consigo sentimientos de nostalgia o arrepentimiento, especialmente si hubo metas no cumplidas o experiencias dolorosas.
Más allá de mirar atrás, la Nochevieja es un momento cargado de esperanza y expectativas. El cambio de año está profundamente relacionado con el deseo de comenzar de nuevo. Este fenómeno, conocido como «efecto de resolución», es cuando nos sentimos motivados a establecer nuevos objetivos o a dejar atrás viejos hábitos. Psicológicamente, el paso a un nuevo año nos da una sensación de renovación y posibilidad, lo que puede ser un motor poderoso para el cambio.
No obstante, la presión por cumplir con los famosos propósitos de Año Nuevo también puede generar ansiedad. Las expectativas de un futuro perfecto pueden ser irrealistas, y no cumplirlas puede desencadenar sentimientos de frustración. Por eso, es esencial abordar el nuevo año con un enfoque realista, recordando que el cambio real no ocurre de manera instantánea, sino a través de pequeños pasos.
¡Feliz año 2025 a todos!