Hubo un tiempo en el que las palabras no eran ambiguas. Se sabía perfectamente de que se hablaba cuando se pronunciaban expresiones como “noble”, “fiel” o “respeto”, por ejemplo. Con el paso de los años se han convertido en comodines todas ellas, todas las palabras, y podemos usar cualquier vocablo para referirnos a una cosa y su contraria. Todo depende, la mayoría de las veces, de quien las pronuncie y de quien las escuche. Tengo amigos que le dan mucho valor a las palabras y a la palabra con mayúsculas y eso en estos tiempos no vende. No “renta” que dice la chavalería.
Operación puede ser una palabra comodín también, lo mismo salva vidas cuando se practica a corazón abierto como las destruye como en el caso de la operación “tormenta del desierto”. En mi pueblo tenemos otra operación que últimamente va de boca en boca, suscita comentarios, opiniones varias, run-run e indiferencia, a veces. De eso, indiferencia, tenemos mucho en nuestra ribera. Se trata de la “operación alcorque” que bajo la tesis de tener una superficie vegetal superior a nuestras posibilidades pretende reducirla no reponiéndola a medida en que se vaya perdiendo. Para algunos esto es bueno y a otros les parece fatal.
Vivimos en la tierra del polvo, la niebla, el viento y el sol y, gracias a Dios, donde hay agua habrá una huerta. Huimos en el verano de las aceras soleadas y nos “pretamos” a la sombra como la sargantana se arrima a las farolas. Escapamos al Pirineo y nos refugiamos bajo las exóticas hayas que tapizan las laderas del Moncayo para sentir su frescor cercano, pero no valoramos los árboles, la huerta y el verde que hay en nuestro municipio. La operación alcorque sustituirá cada árbol muerto por una losa de baldosín. Cambiará tallos y savias por cementos y morteros. Algunos lo ven bien y a otros les horroriza, pero ya os digo, es la ambigüedad de nuestros tiempos. Mi operación alcorque va a ser distinta. Tengo uno cercano, un alcorque, y procuraré cuidarlo, que no se me muera el inquilino que cobija y que alguien en primavera pueda venir a coger sus rosas para el Corpus, para que quienquiera que vuelva a casa cansado en la agonía de nuestro agosto pueda descansar bajo una sombra, siquiera unos segundos. No creo que ningún pueblo tenga árboles por encima de sus posibilidades. Quizás no se hayan estudiado bien todas las posibilidades.
José María Gomá Alonso para el Ribereño Digital.