La noche en la que nos dejó Pascual se apagaron las luces en el pueblo. Y no creo yo que fuera por casualidad. Ya le hubiera gustado a él haber estado disponible para solucionar el problema, pero, a la fuerza, se encontraba emprendiendo un camino al que una gran injusticia le abocó. Porque no es justo que los hombres buenos nos dejen antes de hora. No es justo.
La noche en la que nos dejó Pascual, ese día, la política perdió a alguien que hacía honor, honraba, su esencia: trabajar por el bien común. No necesita él que glosen sus obras o sus actos. Tampoco lo querría. Él, como persona, por ser como fue se glosa a sí mismo.
El día en el que Pascual partió dejó a todo un pueblo triste. A buen seguro sintió al emprender su camino como algo en su Alagón se había encogido. Nuestros corazones. Los de toda una villa que, sin distinción, supo reconocer a una buena persona que trataba a todo el mundo por igual, especialmente a los más débiles o necesitados. Una villa que no se creía que su vecino los dejara tan pronto.
Y el día que Pascual se fue, su familia, sus allegados, perdieron a alguien que se había ganado el derecho, más que de sobras, a disfrutar en paz de los suyos el tiempo que le quedara. Y a descansar.
Y es que no es justo que los buenos hombres, los hombres buenos se vayan tan pronto. No es justo.