¿Se puede amar la vida sin dar la espalda a la muerte?
Cuando alguien muere le decimos a los niños “se ha ido”, “está dormido”; y nada más lejos de la realidad. Ya que no se ha ido porque no va a volver ni está durmiendo porque no va a despertar. No solo les confundimos sino que también les negamos su derecho al duelo y a sentir esa pérdida como algo que es parte de ellos. Hoy, es casi impensable ver niños en un tanatorio.
¿Qué les intentamos ocultar? Dice una frase manida que “la muerte es lo único seguro que tenemos”; y es así.
No por ser conscientes de que esto se acaba vamos a vivir peor. Creo, que incluso todo lo contrario. Si tenemos en cuenta que nada es para siempre, la vida tampoco, todavía la disfrutaremos con mayor pasión y saborearemos hasta el último de los manjares que nos ofrece.
Yo, no soy de la opinión de que festividades como Halloween sean una contraposición a la manera de vivir Todos Los Santos y Fieles Difuntos. Las festividades de origen pagano que se importan desde el mundo anglosajón son antiquísimas, más antiguas que el propio cristianismo. El mundo se ha globalizado y las fronteras culturales han caído. ¡Bienvenida sea esta realidad! Esa diversidad nos hace más ricos, pluraliza y diversifica las maneras de sentir, crear y también las de celebrar.
Lo que realmente está apartando a las sociedades del mundo de la conciencia y la consciencia de la muerte como algo natural es el ego.
Las personas ya no piensan en que su conducta, su buena conducta, les llevará a una manera más sosegada de vivir la muerte. No quieren llegar a ese momento en paz, de hecho, es que creen que no van llegar. Actualmente, la trascendencia se busca en imágenes no en hechos.
Hoy en día, queremos gustar no buscar. Y eso nos genera frustración y miedo.
Miedo a todo lo que no sea una foto en Instagram que inmortalice lo bien que nos va, lo guapos que somos y la vida de puta madre que nos pegamos. En definitiva, todos los miedos son miedo a la muerte.
Y sí, quien más quien menos tiene miedo a morir. Ahora bien, vivamos siendo plenamente conscientes de que cada segunda cuenta, pero también resta. No vaya a ser que la soberbia y la autocomplacencia nos cieguen de tal manera que no tengamos que esperar a estar muertos para verlo todo en negro.
Salud y vida para todos/as los/as lectores/as del Ribereño Digital.
Josi de Pinseque